jueves, 6 de octubre de 2016

JUAN TORO




JUAN TORO 


Para quienes no me conocen, mi nombre es Juan Toro Diez. Nací y crecí en la ciudad de los techos rojos: Caracas. Mis padres se llaman René Toro y Clara Diez; y mis hijos, Luisa y Lucía (13 años), René (5) y Pablo (1).
Desde joven me interesó el cine. De hecho, en un momento de mi vida quise estudiarlo como carrera. Sin embargo, cuando llegó el momento de elegir una profesión no existía esa posibilidad. Por eso decidí formarme como comunicador social en la Universidad Central de Venezuela. ¿La razón? El séptimo arte es fotografía en movimiento, así que pensé que si dominaba esta última como unidad, podría hacer películas en el futuro.
Continué especializándome e hice cursos con Ricardo Ferreira. Luego pasantías en El Universal, cubrí unas vacaciones en Economía Hoy y me capacité con Nelson Garrido. En aquel entonces –hace 26 años– este oficio se aprendía siendo el asistente de alguien.
Con el tiempo descubrí que la clave para contar una historia es el tiempo. Claro está, hay circunstancias en las que puedes (debes) resolver algo de inmediato, pero cuando inviertes largos períodos, consigues mejores resultados.
Por eso siempre saco espacios para realizar mis trabajos. Por ejemplo, mi libro ‘Expedientes (Fragmentos de un país)’ recopila ilustraciones de hace 8 años para acá. A través de la fotografía objetual, las personas pueden observar una representación de los problemas que hemos estado viviendo como pueblo. Éxodo, violencia, conflictos políticos, consumo de antidepresivos, desabastecimiento… situaciones que nos atañen a todos y que a mí siempre me han interesado.

Realidad fragmentada
Guarimba, una palabra que se hizo bastante popular en 2014. Cada madrugada, después de que finalizaban los enfrentamientos, yo me iba al lugar de los hechos y recogía todos los objetos que quedaban en el piso. Me los llevaba al estudio y los proyectaba sobre un fondo blanco. Lo hice porque me interesaba descontextualizarlos del lugar en el que los encontré, con la intención de redimensionarlos. Cuando el espectador se enfrenta a ellos, puede ver y entender la magnitud del daño que esos artículos causaron.
Entonces, se ven bombas molotov y lacrimógenas que están quemadas y golpeadas. Ese proyecto se llama ‘Segmentos’. En primera instancia, se presentó en la escuela de Roberto Mata; luego en el Maczul, en Maracaibo; por último, una parte pequeña en D’Museo.
¿En qué momento comencé con todo esto? El 25 de diciembre de 2008, cuando hice ‘Nadie se atreva a llorar, dejen que ría el silencio’. Me iba con periodistas a escenas de crímenes y enfocábamos los rastros de sangre o la morgue. Fue un trabajo muy duro, porque se retrata a un país decadente en el que la gente se ha adaptado.
No solo eso, en la galería Tresy3 presenté una exhibición con las sillas vacías de unas empleadas en una fábrica que no pudo continuar, porque la crisis no la dejó. Recuerdo ver a la gente entrar a la exposición y sentir una soledad inmensa por lo que simbolizaban esos retratos en la ausencia.
Es que –insisto– a mí me interesa plasmar lo que nos afecta como seres que habitan en un lugar, reflejar lo que nos hemos acostumbrado a vivir… en fin, lo que somos.

Soy humano
Si tuviera que mencionar tres de mis virtudes, diría que soy perseverante, obsesivo con lo que quiero y tiendo a ayudar mucho a los que están a mi alrededor. En cambio, si de defectos se trata, debo admitir que me caracterizo por ser un poco rencoroso. Si algo me molesta, termina convirtiéndose en un tema del que me cuesta pasar la página. Por ejemplo, hay personas que están en la lista negra de las que no quiero volver a fotografiar. Así de sencillo. Son seres que tienden a menospreciar; creen que tienen a Dios agarrado por la chiva y que todo gira alrededor de ellos.
Apartando eso, a lo largo de mi trayectoria profesional me he dado cuenta que este oficio tiene momentos que son muy buenos, sobre todo aquellos en los que puedo usarlo como una herramienta de expresión propia, no supeditada a lo que quiere un tercero.
Además, soy melómano. Desde sexto grado colecciono álbumes de todo tipo. Muchas veces, la música tiende a ser excluyente. Es decir, el sistema te quiere hacer creer que si escuchas un género no puedes disfrutar de otro. Yo me revelo contra eso. Por tal razón, prefiero oír todo tipo de cosas: rock, blues, jazz, salsa, soul, funk, temas africanos de los 70… hay una diversidad de cosas que la madurez me ha permitido apreciar.

Vivo de esto
Amo lo que hago y no lo cambiaría por nada. Por eso mis ingresos me los genera este oficio. Una de las publicaciones con las que trabajo es P&M, revista con la que estoy desde 2001, cuando dos socios y yo teníamos una firma que se llamaba Contratipo.
Al laborar allí, me he dado cuenta de que nadie escapa de la situación país. Es decir, termino conociendo a individuos que también están en crisis, que sufren para mantener a sus empresas en el mercado. Antes entraba a las compañías y sentía un contraste abismal entre lo que veía en la calle y lo que me encontraba allí. Pero hoy en día esa diferencia es poco notoria.
Por tal razón, no me cansaré de dedicarme a esto. Yo creo en esta nación y soy responsable –junto a los demás– de lograr que empiece a caminar por un sendero distinto al que transita. Mientras todo cambia, yo seguiré haciendo una crítica al entorno en el que nos desenvolvemos. De esa manera, aunque confronte, puedo ayudar a construir una mejor Venezuela. Por ahora continuaré bebiendo otro sorbo de café mientras sigo en la sala que tiene una exposición con imágenes que yo tomé”.

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