JUAN TORO
Para quienes no me conocen, mi nombre es Juan Toro
Diez. Nací y crecí en la ciudad de los techos rojos: Caracas. Mis padres se
llaman René Toro y Clara Diez; y mis hijos, Luisa y Lucía (13 años), René (5) y
Pablo (1).
Desde
joven me interesó el cine. De hecho, en un momento de mi vida quise estudiarlo
como carrera. Sin embargo, cuando llegó el momento de elegir una profesión no
existía esa posibilidad. Por eso decidí formarme como comunicador social en la
Universidad Central de Venezuela. ¿La razón? El séptimo arte es fotografía en
movimiento, así que pensé que si dominaba esta última como unidad, podría hacer
películas en el futuro.
Continué
especializándome e hice cursos con Ricardo Ferreira. Luego pasantías en El
Universal, cubrí unas vacaciones en Economía Hoy y me capacité con Nelson
Garrido. En aquel entonces –hace 26 años– este oficio se aprendía siendo el
asistente de alguien.
Con
el tiempo descubrí que la clave para contar una historia es el tiempo. Claro
está, hay circunstancias en las que puedes (debes) resolver algo de inmediato,
pero cuando inviertes largos períodos, consigues mejores resultados.
Por
eso siempre saco espacios para realizar mis trabajos. Por ejemplo, mi libro
‘Expedientes (Fragmentos de un país)’ recopila ilustraciones de hace 8 años para
acá. A través de la fotografía objetual, las personas pueden observar una
representación de los problemas que hemos estado viviendo como pueblo. Éxodo,
violencia, conflictos políticos, consumo de antidepresivos, desabastecimiento…
situaciones que nos atañen a todos y que a mí siempre me han interesado.
Realidad fragmentada
Guarimba,
una palabra que se hizo bastante popular en 2014. Cada madrugada, después de
que finalizaban los enfrentamientos, yo me iba al lugar de los hechos y recogía
todos los objetos que quedaban en el piso. Me los llevaba al estudio y los
proyectaba sobre un fondo blanco. Lo hice porque me interesaba
descontextualizarlos del lugar en el que los encontré, con la intención de
redimensionarlos. Cuando el espectador se enfrenta a ellos, puede ver y
entender la magnitud del daño que esos artículos causaron.
Entonces,
se ven bombas molotov y lacrimógenas que están quemadas y golpeadas. Ese
proyecto se llama ‘Segmentos’. En primera instancia, se presentó en la escuela
de Roberto Mata; luego en el Maczul, en Maracaibo; por último, una parte
pequeña en D’Museo.
¿En
qué momento comencé con todo esto? El 25 de diciembre de 2008, cuando hice
‘Nadie se atreva a llorar, dejen que ría el silencio’. Me iba con periodistas a
escenas de crímenes y enfocábamos los rastros de sangre o la morgue. Fue un
trabajo muy duro, porque se retrata a un país decadente en el que la gente se
ha adaptado.
No
solo eso, en la galería Tresy3 presenté una exhibición con las sillas vacías de
unas empleadas en una fábrica que no pudo continuar, porque la crisis no la
dejó. Recuerdo ver a la gente entrar a la exposición y sentir una soledad
inmensa por lo que simbolizaban esos retratos en la ausencia.
Es
que –insisto– a mí me interesa plasmar lo que nos afecta como seres que habitan
en un lugar, reflejar lo que nos hemos acostumbrado a vivir… en fin, lo que
somos.
Soy humano
Si
tuviera que mencionar tres de mis virtudes, diría que soy perseverante,
obsesivo con lo que quiero y tiendo a ayudar mucho a los que están a mi alrededor.
En cambio, si de defectos se trata, debo admitir que me caracterizo por ser un
poco rencoroso. Si algo me molesta, termina convirtiéndose en un tema del que
me cuesta pasar la página. Por ejemplo, hay personas que están en la lista
negra de las que no quiero volver a fotografiar. Así de sencillo. Son seres que
tienden a menospreciar; creen que tienen a Dios agarrado por la chiva y que
todo gira alrededor de ellos.
Apartando
eso, a lo largo de mi trayectoria profesional me he dado cuenta que este oficio
tiene momentos que son muy buenos, sobre todo aquellos en los que puedo usarlo
como una herramienta de expresión propia, no supeditada a lo que quiere un
tercero.
Además,
soy melómano. Desde sexto grado colecciono álbumes de todo tipo. Muchas veces,
la música tiende a ser excluyente. Es decir, el sistema te quiere hacer creer
que si escuchas un género no puedes disfrutar de otro. Yo me revelo contra eso.
Por tal razón, prefiero oír todo tipo de cosas: rock, blues, jazz, salsa, soul,
funk, temas africanos de los 70… hay una diversidad de cosas que la madurez me
ha permitido apreciar.
Vivo de esto
Amo
lo que hago y no lo cambiaría por nada. Por eso mis ingresos me los genera este
oficio. Una de las publicaciones con las que trabajo es P&M, revista con la
que estoy desde 2001, cuando dos socios y yo teníamos una firma que se llamaba
Contratipo.
Al
laborar allí, me he dado cuenta de que nadie escapa de la situación país. Es
decir, termino conociendo a individuos que también están en crisis, que sufren
para mantener a sus empresas en el mercado. Antes entraba a las compañías y
sentía un contraste abismal entre lo que veía en la calle y lo que me
encontraba allí. Pero hoy en día esa diferencia es poco notoria.
Por
tal razón, no me cansaré de dedicarme a esto. Yo creo en esta nación y soy
responsable –junto a los demás– de lograr que empiece a caminar por un sendero
distinto al que transita. Mientras todo cambia, yo seguiré haciendo una crítica
al entorno en el que nos desenvolvemos. De esa manera, aunque confronte, puedo
ayudar a construir una mejor Venezuela. Por ahora continuaré bebiendo otro
sorbo de café mientras sigo en la sala que tiene una exposición con imágenes
que yo tomé”.
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